domingo, 12 de junio de 2011

Imágenes de Luis, que llenó mis días desde lo dionisíaco




Por L. M. HERR [website]

Luis se encontraba ya en el Hogar mientras que yo permanecía en el Hospital María Ferrer. Por ser yo ciego, a mí se me consideraba el más delicado, pero Luis me visitaba al Hospital y me traía botellitas de whisky de sus salidas a la Rural. En el Hogar también estaban los voluntarios y Luis se había animado a pedirle a las chicas que introdujeran una mano por la ventanita del pulmotor para que lo tocaran un poco.
El Hogar representaba lo dionisíaco por oposición al régimen hospitalario y mi amigo me contagiaba la vida que allí se respiraba. Las ansias de sexo y libertad que se vivían en el Hogar.
Los quince compañeros del Hogar aguantaban respirando todo el día y solamente usaban los pulmotores para dormir. Yo empecé a esforzarme para dejar la sala del Hospital atraído por Luis; esto significaba formar parte de la ebullición de los voluntarios, las películas, el rock, el escabio, las drogas, la casa y sus fantasmas.
El Hogar era mi paraíso negado y Luis me rescató para llenar mis horas de lo dionisíaco.

Para leer Últimos días

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jueves, 2 de junio de 2011

Últimos días

LUIS NORIEGA Y GUSTAVO LÓPEZ. [L. M. Herr]


¿Puedo volver al Hogar?
Puedo. Luis, Marta, Elena y dos más fallecieron. Por lo mismo. Cálculos. Luis especuló años con la operación porque sabía que del quirófano no retornan.
Puedo conseguir una BrailleNSpeak para que el Ruso la pruebe. Puedo instalar el Voice en una compu que le cedió una mujer de la planta baja, desanimada por no entenderla. Y el Jaws para ciegos, capaz de leer documentos. Puedo hacer que los dos programas se complementen. Mi amigo se mea de la risa con el gallego, la voz hispánica del programa, cuando le cambiamos la frecuencia y se emite más lenta, más grave: 1 3 2 2 2 2 1 6. Norberto Butler. Alejandro… a continuación de las cifras, su nombre y el de la persona que lo asiste a cambio de un techo donde dormir, las primeras palabras en esa computadora. Alejandro es preceptor en un colegio de San Telmo y murguero. Juega al ajedrez, lo suficientemente bien para desafiar a mi amigo. La vez pasada, el Ruso me llamó al teléfono móvil, había estado un tiempo largo incomunicado por no haber podido pagar la factura que correspondió al mes que exploró Internet. Tenía una laguna con Word. ¿Cómo sigo? Su apelación a mi memoria me angustió. Me sentí parte del Cabo Cañaveral asistiendo una emergencia en la nave que él tripulaba en el espacio. Sin pantalla enfrente, debí traducir un código visual a órdenes para recuperar el documento extraviado.
Desde 1995 puedo peregrinar con la recomendación de Osvaldo Bayer para que las notas que siguen se publiquen. Aunque desde 1995 paseo la historia por toda Buenos Aires, no se me arruga en el bolsillo, como a Rodolfo Walsh el testimonio de Livraga, el muerto que habla. Está guardada en un CD en una carpeta que llamé «sobrevivientes». Conservo sin editar 60 horas en cassettes y 32 en DV-CAM. Nadie me la quiere publicar, ni enterarse, digo copiando a Rodolfo Walsh. Cosas que hago para ganarme la vida y que llamo periodismo, aunque no es periodismo. Y al escribir esto me siento un poco como Ed Wood frente a Orson Wells. Así es, Rusito, vos estás condenado a ser el Bela Lugosi olvidado por Hollywood a la espera de una ficción de Tim Burton, y yo el hacedor de películas clase B.

Por Gustavo López

Para leer las notas
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